dissabte, 31 d’agost del 2019

Diumenge XXII (C) - 2019



Lecturas:
  1. Ecl 3,17-18.20.28-29
  2. Ps 67
  3. He 12,18-19.22-24a
  4. Lc 14, 1.7-14

Queridos hermanos y hermanas,


se acaba el mes de agosto, mes de vacaciones por excelencia, empieza el mes de septiembre, y todos vamos volviendo a nuestra vida cotidiana, trayendo recuerdos de estos días de descanso y asueto. Otros, por el contrario, han estado trabajando, o se han quedado aquí descansando o cuidando a personas enfermas o ancianas.

La liturgia de hoy nos habla de la humildad:

“actúa con humildad en tus quehaceres”

hemos escuchado en el libro del Eclesiastés.

Y Jesús en el evangelio, observador como és, observa a la gente que acude a un banquete al que Él también había sido invitado.

Y se fija en cómo actúan los invitados, y en cómo actúa el que ha convocado el banquete.

Respecto a los invitados, observa que todos intentan conseguir el mejor lugar, el primero, intentan estar lo más cerca posible de la presidencia. Es la actitud habitual en el ser humano, nos sobrevaloramos y creemos que merecemos estar en el primer lugar, que somos mejores que los que nos rodean,...

Y Jesús pone en su lugar a los asistentes al banquete:

cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto

Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado

Por tanto, Jesús nos propone un camino de felicidad, el de la humildad, el de la sencillez, el de valorar al otro, el de abandonar la vanidad.

Respecto al que invita a la fiesta, Jesús observa que los invitados son aquellos que pueden devolverle el favor y a su vez invitarle a otro banquete.

Jesús les propone un cambio de paradigma:

Cuando des un banquete, llama a los que no te pueden corresponder

La fiesta, es imagen del Reino de Dios, al Reino de Dios somos todos invitados. Realmente, ¿podemos corresponder a Dios por su magnanimidad, por su generosidad en invitarnos a la gran fiesta del Reino?

No, no le podemos corresponder, todos somos un poco pobres, lisiados, cojos, ciegos.

La liturgia de hoy pues nos invita a reconocernos necesitados del amor de Dios, y reconocer así que no estamos por encima de nadie, que todos somos miembros de la gran familia humana, hermanos de Cristo, y encontrar nuestra felicidad en darnos gratuitamente a aquellos que están a nuestro alrededor.